Editados en el libro digital Dossier: La fórmula infinita
del cuento de nunca acabar,
Colección Los Cuentos de las Gaviotas V,
Madrid / México D. F., 2008.
Ver el espacio http://loslibrosdelasgaviotas.blogspot.com
CIINOE. ciinoe@hotmail.com
Se autoriza la difusión sin fines económicos por cualquier medio.
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EL FRANCOTIRADOR Y LA NIÑA
El francotirador tenía en el punto de mira al hombre allá a lo lejos. Inesperadamente el hombre cargó a una niña. Junto al francotirador su jefe ordenó: “¡Dispara!” Y, ante la duda, añadió: “Aunque los mates a los dos.” Y, ante la duda, desenfundó la pistola y apuntó a la cabeza del francotirador. Todavía hubo un silencio. Luego sonó un disparo. Un único disparo. Y estallaron todos los universos. ¿Quién disparó? ¿Quién o quienes murieron? Te lo volveré a contar hasta que respondas al enigma. El francotirador tenía en el punto de mira al hombre allá a lo lejos…
EL FRANCOTIRADOR Y EL ARO DE BICICLETA
El francotirador conocía bien a aquel hombre que tenía en el punto de mira. Habían crecido juntos en la misma calle de polvo de metales. De niños jugaban con un aro de bicicleta sin rayos. Era rueda. Era anillo para una danza de malabarismos. Era saco de tesoros sobre la espalda. El francotirador tenía al hombre en el centro mismo del punto de mira. Insuperable amigo. Tenía que disparar. Inolvidable amigo. Dispararía. El hombre, allá a lo lejos, levantó del suelo un círculo refulgente de metal. Volvió a depositarlo y, de canto, lo echó a rodar en dirección al oculto francotirador. El enigma es: ¿Sonó o no sonó un disparo? Volveré a contarlo porque no seré yo quien asuma la responsabilidad de acabar. El francotirador conocía bien a aquel hombre que tenía en el punto de mira…
EL FRANCOTIRADOR Y SUS DOS AMORES
El francotirador tenía en el punto de mira el espacio entre sus dos amores. Allá, tan lejos, tan cerca, su madre y la mujer que el francotirador amaba. Les esperaba la muerte. Los torturadores ya habían realizado los ritos previos a la ceremonia de indagación. Su madre y la mujer que él amaba irían muriendo pedazo menos, pedazo menos. A trozos. Y, aún peor, morirían en la vergüenza de suplicar. De humillarse. O de haber traicionado. El francotirador podía liberar a una de las dos mujeres. Matándola. Por toda posesión le quedaba una bala. No contaré yo cuál de los dos cuerpos de mujer estalló en pedazos. Yo lo seguiré contando hasta que alguien sea capaz de contar el final de esta historia. El francotirador tenía en el punto de mira el espacio entre sus dos amores…
El francotirador tenía en el punto de mira al hombre allá a lo lejos. Inesperadamente el hombre cargó a una niña. Junto al francotirador su jefe ordenó: “¡Dispara!” Y, ante la duda, añadió: “Aunque los mates a los dos.” Y, ante la duda, desenfundó la pistola y apuntó a la cabeza del francotirador. Todavía hubo un silencio. Luego sonó un disparo. Un único disparo. Y estallaron todos los universos. ¿Quién disparó? ¿Quién o quienes murieron? Te lo volveré a contar hasta que respondas al enigma. El francotirador tenía en el punto de mira al hombre allá a lo lejos…
EL FRANCOTIRADOR Y EL ARO DE BICICLETA
El francotirador conocía bien a aquel hombre que tenía en el punto de mira. Habían crecido juntos en la misma calle de polvo de metales. De niños jugaban con un aro de bicicleta sin rayos. Era rueda. Era anillo para una danza de malabarismos. Era saco de tesoros sobre la espalda. El francotirador tenía al hombre en el centro mismo del punto de mira. Insuperable amigo. Tenía que disparar. Inolvidable amigo. Dispararía. El hombre, allá a lo lejos, levantó del suelo un círculo refulgente de metal. Volvió a depositarlo y, de canto, lo echó a rodar en dirección al oculto francotirador. El enigma es: ¿Sonó o no sonó un disparo? Volveré a contarlo porque no seré yo quien asuma la responsabilidad de acabar. El francotirador conocía bien a aquel hombre que tenía en el punto de mira…
EL FRANCOTIRADOR Y SUS DOS AMORES
El francotirador tenía en el punto de mira el espacio entre sus dos amores. Allá, tan lejos, tan cerca, su madre y la mujer que el francotirador amaba. Les esperaba la muerte. Los torturadores ya habían realizado los ritos previos a la ceremonia de indagación. Su madre y la mujer que él amaba irían muriendo pedazo menos, pedazo menos. A trozos. Y, aún peor, morirían en la vergüenza de suplicar. De humillarse. O de haber traicionado. El francotirador podía liberar a una de las dos mujeres. Matándola. Por toda posesión le quedaba una bala. No contaré yo cuál de los dos cuerpos de mujer estalló en pedazos. Yo lo seguiré contando hasta que alguien sea capaz de contar el final de esta historia. El francotirador tenía en el punto de mira el espacio entre sus dos amores…
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