Criterio. Testimonio.
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Nosotros, para hacer en los ámbitos de la oralidad artística -y desde hace mucho en todos los otros-, no poseemos los recursos de las instituciones; ni tenemos estabilidad y seguridad en cuanto a trabajo, puesto laboral y salario mes tres mes; ni tampoco recibimos subvenciones o subsidios estatales o privados. De hecho nosotros sólo nos tenemos, personal e institucionalmente, a nosotros mismos; a lo que hemos recibido y dado, acumulado en conciencia, intercambiado y sumado; y, además de a nosotros mismos, sólo tenemos la suerte de nuestros colaboradores y amigos, y su creencia y confianza y humanos y talentosos aportes.
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Dentro de ese tenernos a nosotros mismos está lo que se ha escrito sobre nuestras personas, presencias, trayectorias, acciones; lo que ha sido escrito por la prensa, por la crítica internacional y por los especialistas e intelectuales de muy diversos países y a lo largo de décadas; y si institucionalmente difundimos de modo literal y citando la fuente las valoraciones recibidas, no lo hacemos porque necesitemos recordárnoslo, ni lo hacemos por egocentrismo o por vanidad o por deformación alguna; lo hacemos para lograr el seguir haciendo más con menos. Porque sí, es comprobable, cada vez tenemos menos recursos materiales aunque logremos hacer más dejándonos la vida y donando la mayor parte del trabajo un año tras otro año.
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No somos los únicos en el planeta. Ni los que más donamos. Pero en los ámbitos de la oralidad artística, ¿cuántos se acercan siquiera a haber donado todo lo que hemos donado y donamos nosotros, por décadas y en la actualidad?
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Ah, los miserables... Cuando se pretende difamarnos, cuando se dice que nosotros afirmamos sobre nosotros los elogios que han sido y son otros -periodistas, críticos, personalidades- quienes los han enunciado, publicado, irradiado de inicio; cuando se pretende ignorar que esas valoraciones acerca de nosotros y acerca de nuestra labor son ya, muchas, testimonios históricos; entonces, en vez de dañarnos, se nos reafirma como personalidades públicas, porque son las personalidades las que, mientras más prestigiosas, más atacadas por quienes desearían haber hecho lo que por sí mismas no hicieron; más atacadas por quienes en el fondo anhelan no ser sino aquellos seres humanos a quienes atacan -salvo excepciones, atacan veladamente, cobardamente.
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El camino para ser una buena persona es un camino ante todo de propias exigencias y de continua firmeza.
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Un camino de lealtad. De lealtades.
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Y lo es más frente a los mezquinos.
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Los buenos, o no se mueren nunca, o se mueren los últimos.
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Y los imprescindibles no son los ganadores de las competiciones, esos pueden ser ídolos pasajeros.
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Los imprescindibles son quienes -y el juicio final de la Historia lo determina más temprano que tarde de una vez y por todas- han fundado y construido ante todo como seres de humanidad solidaria.
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Qué les quedaría a los mediocres, qué les quedaría a los incapaces de fundar en el universo de lo esencial; que les quedaría a los ambiciosos, a los incapaces de construir desinteresadamente para el mejoramiento humano; qué les quedaría a los incapaces de amar; qué les quedaría para creer que han existido, para sentir que existen, sino difamar a quienes cada día se empeñan en ser y estar para la comunicación y para la utilidad social.
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El ejercicio de la envidia siempre exhibe detrás de su máscara el rostro del envidioso.
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La máscara de la envidia es una máscara transparente.
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